Jack
Trout comienza su libro afirmando que el éxito no depende de contar con la
gente adecuada, adoptar la actitud adecuada, utilizer las herramientas
adecuadas, seguir los modelos adecuados o tener la organización adecuada. Todo
ello ayuda, pero no es lo que hace a una empresa excelente. En su opinión, todo
se reduce a una palabra: Estrategia.
En los
últimos 30 años se han escrito 21.955 libros sobre marketing y planificación
estratégica y se han inventado un sinfín de términos técnicos que, en opinión
de Trout, no han
hecho otra cosa que generar mayor confusión. Para unos, la estrategia es una
cosa y el marketing otra, y sin embargo, lo cierto es que hay que combinarlos.
El marketing guía la estrategia empresarial.
El
marketing es lo que dirige la empresa y una gran estrategia empresarial sin el
marketing adecuado fracasará en un mundo tan competitivo como el actual.
Hasta el
momento Trout había escrito bastante sobre el éxito y el fracaso, pero nunca
había definido en qué consiste una buena estrategia. Por ello decidió volver
sobre lo que había escrito y extraer las líneas maestras que definen una Buena
estrategia. En Trout on Strategy, obra considerada por su autor como un breve
curso de lo aprendido sobre
estrategia en su largo viaje por el mundo empresarial, se enuncian siete
principios de la estrategia empresarial ilustrados con algunos ejemplos
sucintos.
La
estrategia es pura cuestión de supervivencia
En un
mundo en el que la competencia resulta mortal, la estrategia se convierte en un
modo de supervivencia. La gran diferencia de la sociedad actual con cualquiera
de sus predecesoras es que, debido a la proliferación de productos en todas las
categorías, se ha producido una explosión de la elección. Se estima que en
Estados Unidos, el país donde las posibilidades de elección son más amplias,
hay un millón de unidades individuales de existencias (en inglés, SKU o Stock
Keeping Unit) distintas. Como media, en un supermercado se pueden encontrar del
orden de las 40.000 SKU, de las cuales una
familia media sólo utiliza 150 SKUs. En otras palabras, 39.850 de las
mercancías del supermercado pasan desapercibidas.
Lo mismo
sucede con el Mercado automovilístico: en los años cincuenta el número de
modelos era limitado y todas las marcas eran estadounidenses. A principios de
los setenta ya había 140 modelos de fabricantes tanto estadounidenses, como
japoneses, franceses y alemanes.
En la
actualidad, los estadounidenses pueden elegir entre 260 modelos. Este ejemplo
ilustra otra diferencia entre la sociedad actual y las precedentes: lo que
solían ser mercados nacionales en los que competían empresas del país, se ha
transformado en un mercado global en el que compiten todas las empresas en
todas las categorías y en todo el mundo. Si las posibilidades de elección se
han multiplicado, ha sido como consecuencia de la ley de la división, enunciada
en 1993 por Ries y Trout en Las 22 Leyes Inmutables del Marketing. El
automóvil, al igual que el ordenador, comenzó siendo una sola categoría y tres
marcas dominaban el mercado, pero más tarde la categoría se dividió.
La
división es un proceso imparable cuya consecuencia inmediata es una
proliferación de las posibilidades de elección. Y cuantas más posibilidades de
elegir, más complicado les resulta a los consumidores hacerlo. Por ello han
surgido una serie de revistas que evalúan los productos y publican los
resultados para ayudarles en su difícil labor. Los psicólogos de consumidores
dicen que este universo de elecciones está volviendo locos a los compradores, que
de tan cansados han dejado de prestart atención ante un exceso que les aburre y
les hace perder su capacidad de elección.
Con tanta
competencia, en la actualidad los mercados se mueven por la elección. Losconsumidores
tienen tanto donde elegir que los fabricantes pagan caro hasta el más mínimo
error. Si el consumidor no está satisfecho con el producto, cambia a la
competencia sin ningún remordimiento de conciencia y, una vez que ha cambiado
de elección, ya no hay marcha atrás. La elección puede llegar a ser algo tan
cruel que, hacienda referencia a su poder absoluto y despiadado, Trout habla de
una tiranía de la elección.
Es
previsible que en el futuro la situación empeore, pues la elección engendra
mayor elección. La única manera de sobrevivir es delinear una estrategia y
constantemente comunicársela a los clientes, empleados y accionistas. Se trata
de algo sencillo, de una simple proposición de valor en la que se sintetice la
razón por la que los consumidores deben
elegir nuestro product y no el de la competencia.
Estrategia
es un término militar que podría definirse como "la ciencia de planear y
dirigir operaciones militares a gran escala, de situar las fuerzas en la
posición más aventajada antes de entrar en combate con el enemigo". Y es
que, como veremos más adelante, son enormes las similitudes entre el mercado y
el campo de batalla, entre el marketing y la guerra.
La
estrategia es pura cuestión de percepciones
Dado que
el posicionamiento es la forma de diferenciarse en la mente de los consumidores,
el éxito o fracas de su estrategia empresarial depende esencialmente de su
buena o mala comprensión de los cinco elementos más importantes que conforman
el proceso de posicionamiento. En primer lugar, la capacidad cerebral es
limitada, ya que al igual que la memoria de un ordenador, en la mente humana
existen franjas en las que
encajan los fragmentos de información que decide retener. Además, la mente
rechaza los datos que no es capaz de computar y acepta solamente la información
que encaja con su estado de ánimo en ese momento. Puesto que el cerebro medio
no puede procesar más de siete unidades a la vez, la forma de recordar marcas y
productos consiste en ordenarlos mentalmente en forma de escalera. Por tanto, a
un competidor que desee aumentar su porcentaje de mercado, no le queda más
remedio que desbancar a la marca que se encuentra en la posición número uno o
ingeniárselas para relacionar su marca con las demás posiciones de su empresa,
pues la mente no tiene espacio para lo que es Nuevo o diferente a menos que lo
pueda conectar con un elemento ya existente. Así, por ejemplo, cuando surgen
nuevos productos, estos se relacionan con otros ya existentes, como es el caso
de la gasolina sin plomo.
En
segundo lugar, debemos tener en cuenta que los cerebros aborrecen la confusión.
El exceso de información hace que la gente se aburra y deje de prestar
atención; por ello, cuanto más sencillo sea el mensaje, mejor. Los productos
también se complican de forma innecesaria: un ejemplo de ello es la
convergencia de la tecnología, gracias a la cual periódicamente aparecen
productos con más funciones. Bill Gates imagina la cartera del futuro como un
instrumento que reemplazará a las llaves, las tarjetas de crédito, el carné de
identidad, el dinero en efectivo e incluso las fotos de los niños. ¿Tendrá
éxito un artilugio así? En opinión del autor, seguramente no. Si la mitad de la
gente aún no sabe cómo programar el vídeo para grabar, ¿cómo van a manejar
artículos tan complejos y confusos? Lo mismo sucede con conceptos de productos
que resultan tan complicados como inútiles, como el desodorante con Vitamina E.
En definitiva, la gente odia lo complicado y adora lo simple. Les gusta apretar
un botón y que el aparato se ponga en marcha.
En tercer
lugar, las mentes son inseguras. La lógica no garantiza que nos ganemos a los
consumidores, ya que estos no saben por qué compran e, incluso si lo supieran,
no lo podrían expresar con palabras. Las mentes no se guían por la lógica, sino
por la emoción. Como si formaran parte de un rebaño, la gente compra lo que
todo el mundo compra. El consumo es en cierto modo una conducta gregaria, ya
que los consumidores justifican la aceptación social de sus acciones porque "otros
también lo hacen". Por eso, uno de los métodos publicitarios más viejos es
utilizar testimonios de personas que recomiendan el producto. Otra de las
técnicas recurrentes para mentes inseguras es la del producto "más
vendido" y el de "mayor crecimiento". Asimismo, el peso de la
tradición también resulta efectivo: Coca-Cola se autodenomina la original (The
Real Thing).
En cuarto
lugar, las mentes no cambian porque los seres humanos tienen una resistencia
innata al cambio. Los seres humanos cuentan con un sistema de creencias y para
cambiar una actitud (la superficie) es necesario modificar primero la información
subyacente, es decir, cambiar sus creencias. Sin embargo, cambiar las creencias
de una persona es realmente complicado y mientras que algunas pueden hacerlo, en
el caso de otras es mission imposible.
En quinto
lugar, las mentes pierden cada vez más su perspectiva de las marcas. Si bien en
el pasado la imagen de una marca poseía una nitidez casi fotográfica, en la
actualidad la imagen aparece borrosa porque están proliferando las extensions de
líneas. Cuantas más extensions de una marca haya, más posibilidades de que la
mente se desenfoque. Y es que, en el fondo, la mejor forma de que las ideas
estén claras en la mente es fijarlas convirtiéndose en el especialista del producto,
transmitiendo un solo beneficio
y un solo mensaje. Con ello conseguirá que le perciban como el "experto
en" o el "mejor de" y su marca podría incluso llegar a dar
nombre al artículo. Kleenex es un buen ejemplo de todo ello. Y aunque a los
abogados les resulte odioso, una marca convertida en nombre genérico es la
mejor arma con la que una empresa puede contar en la guerra del marketing.
La
estrategia es pura cuestión de ser diferente
La
diferenciación es la clave para distanciarse de la competencia, tal y como
contaba el autor en su libro Diferenciarse o Morir. En los años noventa, las
empresas se embarcaron en una guerra por la calidad, por lo que los líderes
empresariales pedían herramientas y técnicas para medirla. Todas las encuestas apuntan
a una mejora de la calidad: los coches son mejores, los pequeños electrodomésticos
duran más, los ordenadores vienen con manuals de instrucciones en lenguaje comprensible.
En consecuencia, la calidad ha dejado de ser un element diferenciador y ha
pasado a ser sólo otro de los elementos que hay que poseer para que no te
eliminen del juego.
La
siguiente guerra fue la de la satisfacción del cliente. Según la publicación
Harvard Business Review, las empresas mejorarían sus beneficios en un 25% si
redujeran la deserción de clientes en un 5%. Fue entonces cuando los clients se
convirtieron en colaboradores y cada queja en un regalo. Y, en algún lugar del
camino, la satisfacción del
cliente dejó de ser un rasgo diferenciador y se convirtió en algo que se da por
supuesto. Dicho esto, ¿qué nos queda para ser diferentes de la competencia?
En primer
lugar, ser el primero en llegar a la mente de los consumidores es un rasgo
diferenciador. La gente se suele quedar con lo que tiene, como demuestra el
hecho de que las
personas no suelen cambiar de cónyuge si encuentran uno ligeramente mejor que
el que tienen. Si su marca es la primera y las demás la copian o la imitan,
estarán reforzando su idea. Además, es más fácil introducirse primero que
tratar de convencer a alguien de que tiene un producto mejor. Aunque así sea,
en la mente de los consumidores, el simple hecho de haber sido los primeros en
su categoría o producto
les
diferencia de sus seguidores.
En
segundo lugar, lo que hace a un producto único es ser reconocido por sus
atributos, es decir, por alguna característica sobresaliente. Poseer o apropiarse de un atributo es la
fórmula que se utiliza con más frecuencia para diferenciar un product o
servicio, pero atención: no puede poseer el mismo atributo que la competencia.
Debe buscar otro diferente. Un error bastante común es el de emular al líder,
cuando es mucho mejor buscar el atributo opuesto para luchar contra él. Coca-cola
era la original y por tanto la elección de la generación anterior, de manera
que Pepsi se posicionó vendiendo a un público más joven.
En tercer
lugar, el liderazgo es la herramienta más potente para diferenciar una marca. Cuando
una marca se apoya en el credencial del liderazgo, los consumidores creerán cualquier
cosa que diga sólo porque es la marca líder. Existen diferentes formas de
liderazgo: de ventas, en tecnología o en rendimiento. El liderazgo es una
plataforma formidable para contar la historia de cómo la marca llegó al primer
puesto y es una oportunidad que no se debe desaprovechar, pues si no lo hace
usted, el que venga detrás se aprovechará de forma deshonesta.
En cuarto
lugar, la herencia es otro de esos grandes rasgos diferenciadores, pues existe
una inclinación psicológica a confiar en las cosas que vienen avaladas por una larga
tradición. El individuo se siente seguro
en el momento de realizar la elección y, según una psicóloga de consumidores,
es como crear un vínculo con la inmortalidad. Por ello, resulta diferenciador
transferir el atractivo de lo clásico al presente y proyectarlo al futuro. Una forma
de hacerlo es conservar el encanto de una empresa familiar, pues ello transmite
la idea de una mayor preocupación por los clients y empleados.
En quinto
lugar, la forma en que se fabrica un producto puede contener alguna idea
diferenciadora. Ese es el caso del "ingrediente mágico", ese elemento
que logra el product perfecto para el cliente, como los televisores Sony con
"Trinitron". Tal vez los consumidores no supieran qué era, pero desde
luego sonaba impresionante. Lo bueno de los ingredientes mágicos es que no hay que
explicarlos, sencillamente porque son mágicos.
En sexto
lugar, si una empresa fabrica algo que está de moda se diferencia automáticamente
del resto sin necesidad de invertir en publicidad. La mejor publicidad es el
boca a oreja que genera. Sin embargo, muchas empresas son demasiado tímidas para
reconocerlo. Al usar esta estrategia, basta con definer por qué se ha puesto de
moda el producto, haciéndolo ya en
términos de ventas por comparación con la competencia, ya utilizando los rankings
del sector o ya con el respaldo de los expertos del sector. Incluso mejor si la
prensa se ocupa de hacerlo por la empresa y, para ello, la campaña de
relaciones públicas adecuada producirá un efecto similar al de tirar una piedra
en un estanque.
La
estrategia es pura cuestión de competencia
La
extendida idea de que los buenos siempre ganan es una falacia. Aunque nuestro
producto sea el mejor, intentar hacer cambiar de opinión al consumidor es
batalla perdida. Una vez que ha tomado una decisión, esta es inapelable. La definición
clásica del marketing como un modo de "satisfacer las necesidades y deseos
del consumidor" ha
perdido validez. Si antes el cliente era rey, hoy el cliente rey está muerto,
pues satisfacer sus necesidades no sirve de nada si otra docena de empresas ya
lo está haciendo. Para tener éxito, una empresa debe fijarse en la competencia.
Debe buscar sus puntos débiles y atacarlos con el arma del marketing.
El
marketing es como la guerra. En el futuro, las empresas t e n d r á n que estar
preparadas para emprender las campañas de marketing como si de campañas bélicas
se tratase. Es cuestión de seguir la estrategia competitiva adecuada, partiendo
de una compresión adecuada de los cuatro tipos de guerra de marketing que
delineamos a continuación.
En primer
lugar, la guerra defensive es la que utilizan los líderes del mercado. Gillette
es un defensor clásico que cada dos o tres años sustituye su cuchilla de
afeitar por una de diseño
mejorado. Puesto que es el líder, tiene poca competencia y, cuando esta surge,
bloquea sus movimientos de forma agresiva tal y como hizo con Bic cuando lanzó
las maquinillas desechables.
En
segundo lugar, la guerra ofensiva es la estrategia de las empresas número dos o
número tres. El primer principio es evitar los puntos fuertes del líder y atacar
los débiles. La cadena de pizzas estadounidense Papa John's atacó el punto débil
de Pizza Hut: los ingredientes. La mejor salsa de tomate a un precio que los
otros no se pueden permitir, el mejor queso y los mejores complementos,
manteniéndose siempre fiel a su eslogan "Mejores Ingredientes. Mejor
Pizza", con la única finalidad de quitarle clients a la competencia.
En tercer
lugar, los contendientes menores o recién llegados que intentan poner un pie en
una categoría evitando el frente de batalla siguen una estrategia de guerra de flancos.
Basada en moverse en posiciones sin vigilancia utilizando el elemento sorpresa,
con frecuencia se trata de una idea nueva, como la de Michael Dell cuando a los
19 años creó su propia empresa de ordenadores. Puesto que no podía competir con
empresas ya establecidas ni en cuestión de nombre ni en cuestión de espacio en
las tiendas, decidió cambiar las reglas del juego y emprender una campaña de
marketing
directo.
En cuarto
y último lugar, la Guerra de guerrillas es el dominio de las empresas más
pequeñas. El primer principio es encontrar una plaza lo suficientemente pequeña
para defender.
Por muy buenos resultados que obtenga, nunca debe actuar como un líder y, por
el contrario, siempre debe estar preparada para desmontar el campamento en
cualquier instante y camuflarse en la jungla para sobrevivir un día más. La
isla caribeña de Grenada ha llegado tarde al juego del turismo. Frente a otras
islas que han desarrollado sus costas a expensas del paisaje, Grenada se
enorgullece de no tener ningún edificio más alto que una palmera. Su estrategia
se basa en ser "el Caribe como era antes".
A juicio
de Trout, no es la estrategia la que debería dictar las tácticas que deben emplearse.
Por el contrario, la estrategia debería desarrollarse de abajo arriba y no de arriba
abajo. Las tácticas deberían definir las estrategias o, en otras palabras, la
táctica de comunicación debería dictar la estrategia de marketing. Una táctica
es un ángulo mental competitivo, es decir, un elemento diferenciador. La
estrategia por su parte no es un fin, sino el camino, una dirección coherente para
el marketing.
La
estrategia es pura cuestión de especialización
Si el
mundo de los negocios está en guerra, la forma de sobrevivir y prosperar es ser
mejor que la competencia en una cosa: en su principal dominio. Los consumidores
prefieren adquirir productos de las marcas que consideran especialistas en la
materia frente a las generalistas, a las que conceden poco crédito. Comprar a
un generalista es como ir
al médico de cabecera para una operación de neurocirugía. Los propietarios de algunas
marcas no terminan de entenderlo, pero no son los únicos. Los grandes almacenes
que venden de todo son generalistas que abarcan mucho y aprietan poco. A la
larga acabarán mal y Macy's, la cadena estadounidense de grandes almacenes,
actualmente en bancarrota, es un anticipo de ello.
El
economista Milton Friedman lo podía haber dicho más alto, pero no más claro:
"No necesitamos crecer desesperadamente. Deseamos crecer desesperadamente".
Con la fiebre del crecimiento, el delirio de que más grande es mejor ha
fascinado a muchas empresas. En el lado opuesto está la especialización, que es
una forma eficiente de competir contra "hacelotodos" grandes y
difusos.
Un
ejemplo de ello es Southwest Airlines, el especialista estadounidense de los
viajes de corta distancia sin conexiones, sin comida, sin asientos reservados y
una sola clase de avión. (Para mayor información, le recomendamos nuestro
resumen del libro The Southwest
Way). La especialización es el ideal al
que tienden muchas marcas que no compiten
a escala global. Las empresas que tendrán problemas serán las que se encuentran
en el limbo, ese medio campo indefinido en el que no son lo suficientemente grandes
para competir con las globales, ni lo suficientemente flexibles
para
competir con los especialistas que son más pequeños.
El
especialista tiene la posibilidad de hacer gala de su campo de singularidad como
rasgo diferenciador y su arma estratégica sería la de convertirse en genérico,
de forma que su
marca represente no sólo al producto sino también a su categoría. Existen pequeños especialistas de los que
nunca oímos hablar y que, sin embargo, saben explotar las ventajas de ocupar
ese nicho del mercado en el que no caben las grandes empresas. Asimismo,
existen grandes especialistas que con frecuencia son grandes empresas disfrazadas
que pasan desapercibidas a los ojos de la gente, empresas como 3M, Gillette o
los ascensores Otis.
Por
último, están las malas noticias para los especialistas. Un especialista con
éxito tiene que seguir especializado, no puede intentar convertirse en otra
cosa porque, una vez que la puerta se abre, entra otra empresa dispuesta a
convertirse en la especialista. En el Mercado estadounidense, Volkswagen era el
especialista en automóviles pequeños, pero cuando se empeñó en construirlos
grandes y rápidos se infiltraron los estadounidenses y los japoneses, que son
los que ahora dominan el mercado.
La
estrategia es pura cuestión de sencillez
Leonardo
da Vinci veía la mente humana como un laboratorio en el que se reunía
información a través de los ojos, los oídos y otros órganos perceptivos y luego
se conducía a través del órgano del sentido común. No obstante, a veces las personas
actúan de forma irracional. Parece que la gente admira la complicación y
desconfía de lo simple, recela de las cosas sencillas porque piensa que debe
haber oculta una respuesta más compleja. Sin embargo no es así: esas personas deberían
aplicarse el antídoto del sentido común y caer rendidos ante el poder de la
sencillez. Las estrategias complicadas, al igual que los planes de batalla
complejos, están abocados al fracaso. El santo grail es la sencillez.
La
investigación puede confundir al individuo, por eso Trout sólo cree en ciertas
clases de investigación y también en no dejarse deslumbrar por los datos y en
confiar en los instintos. Existen numerosos paralelos entre la guerra y el
marketing: en el mundo empresarial el campo de batalla es el mercado, el
enemigo la competencia, el objetivo la mente del consumidor, las armas los medios
de comunicación y la inteligencia es la investigación. Los grandes cerebros
militares desconfían de los informes secretos que reciben y lo mismo hacen
muchos especialistas en marketing.
Hay que
mostrarse prudente con las investigaciones. Por ello Trout sugiere que no nos
dejemos maravillar por los datos. Debemos encontrar la forma de filtrar todos
esos datos y llegar a los que resultan verdaderamente reveladores, generalmente
un 5% del total. Aun así, un desbordamiento de datos no debería hacer
desaparecer ni el sentido común ni
el instinto del mercado. Tampoco es bueno dejarse engatusar por los grupos de
consumidores que son la herramienta que más se ha usado y de la que más se ha
abusado, ya que el grupo nunca es representativo del conjunto y además convierte
en expertos de marketing a gente que no piensa más allá del tema y que
probablemente dirán lo
que creen que queremos oír. Por último, no hay que dejarse seducir por los
mercados de prueba, ya que circunstancias inesperadas en el mercado podrían
echar a perder los resultados.
Por otra
parte, los investigadores podrían prometer que con sus encuestas descubrirán
las actitudes de los consumidores. Este tampoco es un indicador fiable, pues
pocas veces la gente hace lo que dice. DuPont encargó un estudio en el que
preguntaron a las puertas de un supermercado a 5000 mujeres qué iban a comprar
y posteriormente revisaron sus tickets de compra. Sólo 3 de cada 10 compró la
marca que había dicho que adquiriría.
En
realidad, lo que necesitamos es acceder a las percepciones que existen en la
mente de los consumidores. No se trata ni de pensamientos profundos ni de
sugerencias. Se trata tan sólo de lo que perciben como los puntos débiles y los
Fuertes de la competencia y los de nuestros productos, con la finalidad de averiguar
qué conceptos o ideas posee cada marca. Con esta información, podemos decidir
cuál es el atributo que deseamos poseer y dibujar la ruta hacia la mente del consumidor.
Una empresa puede obtener
excelentes resultados si tan sólo consigue adquirir una palabra con la que
penetrar en la mente del consumidor. No necesita ser un genio lingüístico para
encontrar una, de hecho las palabras sencillas son las que mejor funcionan. El
lenguaje complejo
confunde. Además, si establece un beneficio, los consumidores le otorgarán
otros.
La
estrategia es pura cuestión de liderazgo
Si usted
no sabe hacia dónde se dirige, nadie le seguirá. El papel del consejero
delegado es dirigir a las tropas cuando cargan y para ello necesita una
estrategia, una vision y una misión que dejen claro hacia dónde va. Para hallar
el norte, el estratega debe ponerse en la vanguardia. O en otras palabras,
tiene que estar al frente de las grandes batallas que se desarrollan en la mente
del consumidor.
La
desconexión entre la alta directive y el mercado es uno de los mayores
problemas de las grandes empresas. Si las malas noticias no llegan
directamente, lo mejor es salir a buscarlas. Una forma de hacerlo es ir
disfrazado, como el rey del cuento que se vistió de paisano para averiguar qué
sucedía en su reino. Este truco puede ser muy útil con los distribuidores y
minoristas. Otra táctica provechosa es
la de hacer del equipo de ventas un aliado para que proporcionen información de
la competencia: una buena forma de conseguirlo es alabando la información
sincera.
Contar
con una dirección es el comienzo. Los mejores líderes son aquellos que para
transmitirla se sirven de historias, animan a sus empleados a poner en práctica
sus ideas y actúan como facilitadores, apoyando su visión en palabras y acciones.
Un buen ejemplo de este tipo de liderazgo es el de Herb Kelleher, el anterior
Consejero Delegado de Southwest Airlines, una línea aérea que todos los años
aparece en la lista de empresas más admiradas y con mejores resultados. Una de
las características más sobresalientes
de la línea aérea es el entusiasmo que el personal pone en servir a cada
cliente, hacienda siempre gala de su sentido del humor. La personalidad de Southwest
Airlines es la personalidad de Kelleher. Los grandes líderes como Bill Gates,
Rockefeller y Iacocca personifican a sus empresas.
Por otra
parte, las cifras no son la energía que pone a la empresa en movimiento. Los
consejeros delegados a los que solo les preocupa empujar a las tropas para que
cumplan las previsiones están poniendo en peligro no sólo sus empleos, sino también
el futuro de su empresa. Las cifras son traicioneras. Sin embargo, si se pone
en marcha la estrategia adecuada, las cifras acabarán por cuadrar.
El
resultado de las estrategias, a su vez, depende de las oportunidades del
mercado y la percepción del líder. Hay que tener claro que la batalla se libra
en la mente del consumidor y es ahí donde su empresa gana o pierde. Por eso,
Trout aconseja que nos concentremos en la mente del cliente y sigamos nuestros instintos.
Una vez puesta en marcha una estrategia, hay que dejar pasar algún tiempo para
que se pueda desarrollar. Por ejemplo, Lotus Development Corporation fue la
empresa que inventó las hojas de cálculo para ordenadores personales, pero
perdió la baza frente al programa Excel de Microsoft para Windows. Jim Manzi,
el entonces consejero delegado de Lotus, decidió hacer un cambio y apostar por el
groupware (un software diseñado para redes informáticas). Fue un cambio
drástico, pero Manzi sabía hacia dónde se dirigía y la historia tuvo un final
feliz: IBM compró Lotus por 3.500 millones de dólares y la convirtió en uno de
sus pilares.
En
definitiva, puesto que esto es la guerra, para triunfar los líderes deben
poseer las cualidades de los buenos generales: deben ser flexibles para ajustar
la estrategia a la situación, deben tener valor, deben atacar cuando llega el
momento, deben conocer los hechos para delinear sus estrategias y, por último, también
necesitan tener algo de suerte y saber explotarla.
La
estrategia es pura cuestión de realidad
En la
última década se produjo la caída de algunos de los iconos empresariales más sobresalientes
de Estados Unidos, nombres como Polaroid, AT&T, Xerox, Levi Strauss o
Enron. Eran empresas prósperas y en ellas trabajaban personas con mucho
talento; además contaban con el asesoramiento de las mejores consultorías y Wall
Street las idolatraba. Y ellas se habían dejado adorer y se habían convertido
en divas, perdiendo gradualmente el contacto con la realidad del mercado.
A juicio
de Trout, Wall Street es el causante de muchos errores estratégicos. Se diría que
crease un invernadero en el que se cultivan desastres que a veces no tienen solución.
El deseo de crecimiento es lo que puede hacer fracasar a muchas empresas. Sin
embargo, a todos les conviene crecer: para los consejeros delegados es un medio
de mantener su mandato e incrementar su paga y para los brokers de Wall Street
es cuestión de mantener el tipo y llenarse los bolsillos. De hecho, el deseo de
dejar marca es lo que mueve a actuar a muchos grandes líderes.
Sin
embargo, crecer no es ni un deber ni una necesidad. Es una trampa. Las empresas
juegan al cuento de la lechera imaginando lo que harán con un crecimiento medio
anual del 15%, pero lo cierto es que pocas empresas logran llegar a tales
cotas. La revista Fortune examinó los datos de 150 empresas en los últimos 40
años y, entre ellas, solamente tres o cuatro lograron alcanzar un 15% de
crecimiento anual. Estas metas de crecimiento son las que hacen que los planes
de marketing sean poco realistas, que los líderes empresariales se nieguen a
ver su fracaso y se empeñen en hacer que las cosas sucedan como las han
planeado, en lugar de buscar otras vetas que explotar. En otras palabras,
intentan hacerse con los mercados existentes en lugar de buscar nuevas
oportunidades.
En
realidad, no siempre vale la pena crecer, aunque ciertamente a veces es Bueno explorar
nuevas ideas que pueden ser mejores. Parece que cuando una empresa es grande y
tiene éxito, mira con recelo todos los inventos que no respetan el producto
principal. IBM no quería pasarse a los ordenadores pequeños, ni General Motors
a los coches pequeños. Las grandes empresas no se dan cuenta de que esos
inventos pueden mejorarse hasta convertirlos en el tipo de tecnología que marca
un hito (disruptive techonology, en inglés). Por otra parte, la convergencia de
varias empresas como la que ha tenido lugar en el sector de los medios de comunicación,
y que podría también darse en otros campos, no ha dado buenos frutos. La fusión
de Viacom, Time Warner, Walt Disney, News Corporation y General Electric ha
acarreado graves problemas de contabilidad en lugar de producir el efecto de
marketing deseado.
Y es que
es complicado administrar empresas tan grandes. La capacidad social de los seres
humanos se reduce a 150 personas, que es el número máximo de individuos que puede
constituir un grupo sin que sus integrantes se sientan incómodos. En grupos
mayores, resulta imposible llevar a cabo órdenes y controlar conductas
divergentes de forma directa, es decir, de individuo a individuo. Cuanta más
gente hay, más difícil es manejarla. Por eso muchos consejeros delegados están acercándose
a las nuevas tecnologías para estrechar el contacto con sus empleados, a
quienes envían emails de forma periódica. Asimismo, proyectan vídeoconferencias
en las que transmiten el mismo mensaje para que todos tengan la misma información
e, incluso, viajan al frente siempre que sus agendas se lo permiten.
Es cierto
que esa necesidad creciente de mantener relaciones públicas con empleados y
accionistas les aparta de la toma de decisions importantes que, cuando rebotan,
les explotan en las manos. Por eso Trout aconseja que, aunque no puedan hacer
todo lo que se espera de ellos, los consejeros delegados al menos conozcan la
realidad del mercado y no acepten cualquier proyecto que les presente el
departamento de marketing.
Conclusión
La
estrategia es un dios supremo al que hay que adorar, pues en ella radica el
secreto del éxito. La estrategia fija la dirección competitiva, dicta los
planes de productos, determina la comunicación interna y externa y nos dice en
qué debemos centrarnos.Por eso
es importante comprender en qué consiste, ya que cuanto mejor la entendamos, mejor
preparados estaremos para seleccionar la estrategia adecuada que nos conduzca
al éxito. La estrategia es lo que hace único a un producto y lo que mejor
funciona para introducir dicha diferencia en las mentes de los consumidores, que
son el verdadero campo de batalla donde se libra la guerra del marketing.
Fuente: Leader Summaries © 2004. Resumen autorizado de: Jack Trout on Strategy, por Jack Trout, McGraw-Hill Companies © 2004.